El film Crash no reproduce una realidad creada para obtener un buen guión, sino que se limita a reflejar el ambiente diario norteamericano relacionado con la temática racial.
No hay exageraciones, no hay excesos de sentimentalismos, no persigue conseguir un dramón; tan sólo refleja todos los estereotipos yankis, tanto negros como blancos, que relacionados entre sí, no dejan de ser víctimas (y de convertirse en víctimas unos a otros) de sus propios prejuicios.
La película muestra al detalle las concepciones intrínsecas que unos tienen de otros y cómo intentan disimularlas, o hasta evitarlas, según la situación y las circunstancias. En la mayoría de ocasiones, dichas ideas preconcebidas forman parte de sus subconscientes, como una especie de fenómeno mental que sufren en contra de su propia voluntad. Es decir, a veces, su parte consciente va en contra de esos pensamientos prejuiciosos, pero les surgen de una manera tan natural, tan inevitable, que pese a que no les guste no consiguen impedirlo. Y es que su convivencia ha dado lugar a un contexto social del que les resulta imposible huir: la realidad supone no escapar, tú eres su preso... Su sociedad les ha hecho SENTIR cosas que quizás no quieran CREER, pero que pertenecen a su esquema mental, les guste o no.
Un conjunto de historias desdichadas entrecruzadas nos enseñan la parte más vil de creer algo sobre alguien antes de conocerle, en este caso, una creencia motivada por el color de piel: un asunto histórico que se ha llevado muchísimas vidas y aún hoy sigue llevándoselas.
Crash refleja conflictos tan cotidianos, que tanto unos como otros han acabado por sacar provecho de sus posiciones. Negros que acaban siendo los que los blancos temen de ellos, y viceversa, para luego lucrarse de su condición social de víctima. Los negros se benefician constantemente de ello, ya que instituciones y personalidades siguen una línea de comportamiento determinada con tal de no ser etiquetadas de racistas. Un beneficio que ellos creen merecer por ser siempre juzgados según el color de su piel y no según la clase de su persona. No obstante, ellos tienen iguales prejuicios sobre los blanquitos o lechosos.
Su mapa sociológico ha hecho que los siempre acusados de malos terminen por serlo para denunciar la injusticia de su situación, con una mezcla de espíritu reivindicativo y de desesperación. De esta manera, los teóricamente buenos consiguen una excusa que respalda su teoría sobre los malignos y pueden seguir teniéndola porque, según ellos, los malos les han dado la razón, demostrando merecerse su papel.
Así, todo acaba siendo un círculo vicioso, una especie de bucle sin salida que da pie a rolles de comportamiento concretos y, en consecuencia, a que el pez se siga mordiendo la cola.
Por tanto, desde aquí, no se debería caer tan fácilmente en la trampa de acusar a los norteamericanos de racistas y prepotentes, ya que ellos no son directamente culpables del racismo que sufren. Y es que los países europeos son realmente mucho más racistas. Ahora que nuestra situación de multiculturalidad empieza a parecerse a la estadounidense (sin llegar, ni mucho menos, a ser igual) podemos comparar patrones de actuación y preguntarnos ¿Cómo es posible que acusemos a los demás de racistas?