jueves, 21 de enero de 2010

La antítesis de la valentía innovadora


James Cameron y sus desmesurados presupuestos, siempre posteriormente compensados por sus logros en taquilla, nos traen un fruto que ha costado doce años madurarlo: Avatar.


El deleite del espectador durante las tres horas del film es inigualable. Cameron consigue no aburrir ni cansar a nadie con 162 minutos en los que no cesa de regalar novedades, descubrimientos, revelaciones. Pandora se reinventa constantemente con inimaginables seres, colores, reacciones... que denotan un cuidado brillante en la creación y la originalidad de éstos.

Estamos pues ante de una de las muestras más clarividentes del conocido 'cine del exceso', donde la prioridad, por encima de cualquier otro elemento del largometraje, es la imagen. El público no gira entorno a ella, sino dentro de ella, advirtiendo que ésta es completamente autónoma, que habla por sí sola y que mantiene en vilo permanente incluso a los opositores de la ciencia ficción. E aquí pues, su encanto y su desencanto.

Tecnológicamente tan cara, innovadora y espectacular, que los aspectos narrativos están aplastados, abandonados y considerados innecesarios por el director de Titanic. El guión no está ni si quiera en un segundo plano. Cameron, en un exceso de confianza por su trabajo, ha rechazado la idea de sorprendernos como guionista. Ha creído que no le hacía falta, que su película es sólo para 'disfrutar por disfrutar'. Pero es una afirmación cierta, sólo en parte. El gozo visual que provoca el film es de unas dimensiones casi impensables hasta ahora, mérito que no se le puede negar, pero sí se le pueden reprochar otros aspectos.

El guión huele a un refrito poco pensado. Algo entre el estilo de Matrix, sobre todo por la idea de conectarse a otros cuerpos, en otros lugares, a través de una avanzadísima ciencia; y los planteamientos de El pequeño salvaje, de Truffaut, o los de Pocahontas (Disney) o de muchos otros films que ya nos han narrado el eterno enfrentamiento entre la raza humana y la naturaleza, la primera vista como maltratadora del medio y la segunda como aquello que se resiente y padece, sin poder defenderse.

Además, Pandora y, en concreto Los Navy, nos son tan innovadores como parece a primera vista. Después de reconocer su espetacularidad y la genialidad de su idioma, vemos que el argumento se cae por otros elementos de éstos, que han resultado muy desatendidos. Sin previa influencia humana, esta tribu se compone por igual de cazadoras y cazadores. Él es el líder y ella la ‘chamán’ o líder espiritual, es decir, que estarían en un plano de igualdad en cuanto a decisiones, importancia y protagonismo en lo que a la tribu se refiere. Hasta ahí bien. Sin embargo, Cameron se olvida totalmente de esta coherencia cuando, en el momento más romántico del guión, Neytiri le dice: ‘ahora el hombre elige a una mujer’. E aquí el derrumbe de la película, tan progresista en cuanto a efectos e imágenes y tan conservadora en cuanto a las ideas más básicas. Pese a que el protagonista intenta arreglar esta ‘enorme metedura de pata’ con su respuesta, no se entiende como a un director del peso de Cameron se le ha podido pasar por alto que hoy en día ni en sus tierras ‘hollywoodienses’ ni en el resto del mundo occidental se trata a la mujer como en los pueblos más profundos del desierto del Magreb. No señor James, el mundo ‘nuevo’ al que usted nos lleva se resbala en este punto para dejar de ser tan ‘nuevo’ y pasar a ser tremendamente ‘chapado a la antigua’. Muchas aún nos estamos preguntando ¿Cómo es posible un ‘pajareo’ así en una película con semejante visión futurista? Inexplicable.

Y es cierto que esperaremos doce años más para una creación que nos produzca semejante disfrute, pero creemos que es tiempo suficiente como para cuidar todos y cada uno de los matices que componen una buena obra cinematográfica. Así pues, don James Cameron, esperamos poder decirle 'Te veo' de una forma más sincera la próxima vez.