jueves, 21 de enero de 2010

Un logro atípico


Título original: Celda 211

Director: Daniel Monzón

Año: 2009

Guión: Jorge Guerricoechevarría, Daniel Monzón

Nacionalidad: España

Reparto: Luis Tosar, Alberto Ammann, Antonio Resines, Marta Etura, Carlos Bardem, Manuel Morón, Luis Zahera, Fernando Soto, Vicente Romero...


Sin duda, la industria de nuestro cine se ha marcado un tanto muy importante con este film. Sobretodo si tenemos en cuenta la gran novedad que representa en cuanto a temática, guión y tratamiento.

Llegas a la butaca y, víctima de los prejuicios sobre el cine español, esperas ver una historia cotidiana a la par que profunda y sentimentalista, pero desde el minuto uno te encuentras con algo sorprendente e, innegablemente, te choca: ¿Cómo el cine español puede darle tanto realismo a una historia de este calibre? Pues sí señores, ha podido.

Un motín, vivido en primera persona y desde dentro, por un ‘no-preso’ que tiene su celda, como uno más, y que sufrirá las enormes consecuencias de lo que allí se cuece.
Dirigida por un meticuloso y detallista Daniel Monzón y protagonizada por un acertado Juan (Alberto Ammann) y un arrollador MalaMadre (Luis Tosar), la película nos lleva a los secretos más escondidos del sistema carcelario interno. Nos enseña como se organizan los presos entre ellos, quien tiene el mando y porqué.
Se trata de un trabajo en grupo ESPECIALMENTE, ya que el largometraje es una excelente suma de interpretación, escenificación y localización, guión y tratamiento, realización y postproducción… El resultado final nos demuestra que todos los elementos que la forman están tremendamente cuidados, pese a la existencia de los flashbacks protagonizados por la pareja, que dan lugar a unas escenas un tanto forzadas y que pecan de previsibles.

En particular, la fotografía nos deja imágenes del centro penitenciario zamorano espectaculares. Gracias a los muchos extras y a los efectos de por ejemplo, los planos contrapicados, se reproducen unas crudas imágenes que nos sobrecogen y que dan credibilidad al miedo sintomático que padecen los funcionarios, viendo cómo allí dentro aumenta el caos.

También nos encontramos con un enfoque agudo, arriesgado, que duda sobre dónde posicionar a los malos: nos describe al cuerpo del funcionariado de prisiones mostrándolo como un conjunto de personajes débiles, que suelen recurrir al abuso de su poder para controlar las situaciones y que se equivocan en múltiples ocasiones durante su seguimiento del motín: que no lo tienen nada claro. Además lo observan todo desde una posición casi privilegiada, sin riesgo, desde fuera y sin ‘mojarse’, una ubicación que le habla al espectador por sí sola, sin decir nada positivo de dichos funcionarios. Sin duda, entre ellos destaca Utrilla, encarnado por Antonio Resines. Vemos al actor en un nuevo registro, en el que logra ‘desencasillarse’ de su ya conocidísimo toque cómico y crear reacciones de odio contenido y de resentimiento en los espectadores.

De la interpretación cabe destacar también al ya veterano Luis Tosar, que da vida al personaje central, MalaMadre. Además de bordarlo, consigue darle una verosimilitud a la evolución y al recorrido del prisionero para quitarse el sombrero: desde las caras, al tono, a las miradas… Luis Tosar se encuentra aquí ante una de las interpretaciones más claves de su carrera.

Y no podíamos olvidar destacar también el ritmo global de la historia, que es frenético. Y digo global porque no hay descansos, es decir, las escenas de la película obligan al espectador a estar atento en todo momento. Y es por ello que el transcurso se hace tan rápido, porque no puedes evitar el estar en situación de alerta todo el tiempo, es como una especie de clímax continuo. No es una exageración decir pues, que es imposible apartar la mirada durante la totalidad del largometraje y hay que reconocerle un plus de mérito a Daniel Monzón por ello.

Con una puesta en escena espectacular, unos personajes principales exquisitos y un desenlace muy bien buscado, el film refleja durante la convivencia en los días de motín, que el hilo que separa carceleros de prisioneros es tan fino que, a menudo, ni se distingue. Por ello y por cómo Juan se solidariza con sus ‘supuestos’ contrarios en un engaño que podría costarle la vida, finalmente resulta algo sin importancia.

Cuando te levantas de la butaca y abandonas la sala, la película te ha dejado un muy buen sabor de boca y una reflexión sobre el estado en el qué viven los prisioneros. Mientras caminas hacía la salida del cine, vas oyendo los comentarios de los también presentes en la sala ‘Para ver una película como ésta, sí vale la pena pagar une entrada de cine…’, ‘Me ha impactado mucho. Está muy bien, eh!’