domingo, 15 de junio de 2008

Un problema intrínseco del sistema educativo


Hay una gran falta de implicación por parte de profesores y alumnos en esta carrera. Ello queda patente en la poca motivación que demuestran y demostramos en un gran número de asignaturas _casi el 50% de éstas_.

Muchas clases se imparten sólo para escuchar, apuntar y, el día del examen, vomitar: un método que, después de muchos años de observación del sistema educativo vigente en el estado español, es totalmente inútil. Dichas clases son una pérdida de tiempo para profesor y alumnado. Parte del segundo grupo aprobará la superprueba para olvidar todo lo que en ella entraba, en menos de seis meses.

El problema, no obstante, no es tanto de “profes” o de alumnos, sino de base: de esencia, de raíz. Desde que el objetivo principal de unos y otros _enseñar, el de los primeros y aprender, el de los segundos_ está olvidado por ambos, la cosa no funciona tan bien como se desearía.
Este olvido se hace palpable en los dos grupos.
Los profesores, en su paupérrima ilusión por instruir a “sus matriculados”, se dejan llevar por otros intereses más inmediatos, como su propio sueldo o los beneficios económicos de la empresa en la que se ha convertido la Facultad con el paso del tiempo.
Just Cases, ex profesor de Historia de Catalunya en nuestra Facultad de las Ciencias de la Comunicación, afirma que abandonó su puesto de forma voluntaria por estar “hasta las pelotas” de que le presionaran, desde Gestió Acadèmica, para que en las recuperaciones de septiembre, también suspendiera a unos cuantos alumnos y, en general, metiera más caña en sus clases, ya que sino su “empleo no resultaba rentable para los de arriba”.
Por nuestra parte, los alumnos mostramos también una gran falta de actitud curiosa, sedienta de conocimientos. También preferimos inclinarnos por otros intereses que nos resultan más inmediatos, como echar unas risas con los compañeros en el bar o bien tomar un poco el sol en el césped, mientras nos fumamos un cigarro alegre.

Y este es el resultado que obtenemos de que cada uno priorice los intereses personales _o económicos_ a los comunes: que sólo en ocasiones profesores y alumnos se llaman la atención mutuamente _por el interés especial de la temática de la asignatura, por simpatía o por lo que sea_ mientras que en el resto de ocasiones la desidia, la zozobra, la vagancia y la apatía protagonizan las escenas de las clases.

Mientras la educación y su sistema continúen funcionando como un negocio más y la enseñanza se siga mercantilizando de esta forma, las cosas se desarrollarán así o peor. No se mejorará el sistema hasta que no haya un cambio sustancial de la concepción de educación.

Sin embargo, debemos admitir que la Universidad, como lugar de intercambio cultural, sí tiene cosas muy positivas y aún quedan docentes y aprendices de los que sí se involucran en los diferentes asuntos universitarios.